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amigocarne

Navegación Submarina.

Hay más marcadores de libros que libros en mi habitación, a nadie le importa en este burdel de mala muerte en donde enterrada esperas el corte certero a nuestro cordón umbilical. En el patio de hojas de papel, donde los espejos de barro se asomaban con el frio y el sol, fue donde apenas sostuve tus manos de mantequilla, con ojos y pies entumecidos te besé para desaparecer. Tuvimos que aprender a cantar gritando. Nuestra cara se configura por la manera en que hablamos (por la manera en que le decimos a alguien cuanto lo queremos).

Soy un hombre recurrente, de costumbres. No tengo destino ni tampoco puedo elegir. Aparentemente siempre vuelvo a ti; a volverte a ver volviendo del baño, con una sonrisa de oreja a oreja, tus ojos maquillados brillando, tus labios recién pintados, tu cara un poco pálida. Una nueva visión. Tu rostro cubierto del mejor sotobosque. Primaveral y lejana, no existía para ti nada en esa habitación, para mí tampoco. Perfecta ocasión para arrancarte la cara y lanzarte a la cama, enterrarte mil puñales furioso, desgarrarte ese pecho tuyo que apenas si respiraba. Quisiera hacerte oler las flores de la muerte.

Necesito ensuciar el suelo para empezar a cantar, barrer el piso para empezar a leer, una erección para ponerme a escribir. Después me levanto de un salto con los perros del callejón, los ojos rojos en sangre y la sonrisa como pintada o traída del espacio sideral. Así aprendí a caminar, leyendo fantasías de cómo pudo ser. Dibujando bosquejos del incendio en la jaula del gorrión, pajarito de pecho abierto que se le olvido adonde emigrar, las alitas en la lluvia que no se quieren tomar. Un beso y declaración abierta (de espaldas), un par de horas en calentarte los pies.

Extiende tus brazos desde el fondo hacia los míos, quédate un rato a mirar como acumulo sueño los fines de semana, para el lunes tener un globo aerostático de ti flotando sobre mi cabeza y dos poleas en mis ojos lunáticos. En el dormir me encuentro con una constante conversación, como en un mar imparable las palabras inconexas vienen y van y yo las montó y navego pensando en ti. Despertar entre cabellos y pedazos de mi cráneo arrancados por el nocturno.

Ojalá pudieses ver como me arde y pica el cuerpo, como las hormigas rodean mi habitación, como las moscas chocan contra mi ventana glacial. Ojalá pudieses agarrarme de nuevo con tu mano y hacerme volar como un cohete, quemar todo mi combustible a costa de zumbidos, cachetadas, susurros, manotazos. Quedar ciego e inmóvil, tieso y apunto de explotar en un disparo certero. Ojalá que duerma con tu respiración dormida, que te abriría violenta y lentamente el pecho para introducirme en él, de esta manera, dejar plantadas esas memorias que me bombardean para estallar. Verificar si nuestro hilo rojo persiste sin importar lo enredado, si es que bajo la superficie de la ilusión, todavía existe nuestro ecosistema perverso y alegre, si es que aun importa que tú me veas y yo no te vea, que yo te vea y tú no me veas.

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